Poemas, relatos y cuentos

Cuento – El otro yo

Se trataba de un muchacho corriente: en los pantalones
se le formaban rodilleras, leía historietas, hacía ruido cuando comía,
se metía los dedos a la nariz, roncaba en la siesta,
se llamaba Armando Corriente en todo menos en una cosa:
tenía Otro Yo.
El Otro Yo usaba cierta poesía en la mirada,
se enamoraba de las actrices, mentía cautelosamente,
se emocionaba en los atardeceres. Al muchacho le preocupaba mucho
su Otro Yo y le hacía sentirse incómodo frente a sus amigos.
Por otra parte el Otro Yo era melancólico, y debido a ello,
Armando no podía ser tan vulgar como era su deseo.

Una tarde Armando llegó cansado del trabajo, se quitó los zapatos,
movió lentamente los dedos de los pies y encendió la radio.
En la radio estaba Mozart, pero el muchacho se durmió.
Cuando despertó el Otro Yo lloraba con desconsuelo.
En el primer momento, el muchacho no supo que hacer,
pero después se rehizo e insultó concienzudamente al Otro Yo.
Este no dijo nada, pero a la mañana siguiente se había suicidado.
Al principio la muerte del Otro Yo fue un rudo golpe
para el pobre Armando, pero enseguida pensó que ahora sí podría
ser enteramente vulgar. Ese pensamiento lo reconfortó.
Sólo llevaba cinco días de luto, cuando salió la calle con el propósito
de lucir su nueva y completa vulgaridad.
Desde lejos vio que se acercaban sus amigos.
Eso le lleno de felicidad e inmediatamente estalló en risotadas.
Sin embargo, cuando pasaron junto a él, ellos no notaron su presencia.
Para peor de males, el muchacho alcanzó a escuchar que comentaban:
«Pobre Armando. Y pensar que parecía tan fuerte y saludable».
El muchacho no tuvo más remedio que dejar de reír y,
al mismo tiempo, sintió a la altura del esternón un ahogo
que se parecía bastante a la nostalgia.
Pero no pudo sentir auténtica melancolía, porque toda la melancolía
se la había llevado el Otro Yo.

Mario Benedetti

de su libro: “El otro yo”

Cuento – Corazón de cebolla

Había una vez un huerto lleno de hortalizas, árboles frutales
y toda clase de plantas. Como todos los huertos,
tenía mucha frescura y agrado. Por eso daba gusto sentarse
a la sombra de cualquier árbol a contemplar todo aquel verdor
y a escuchar el canto de los pájaros.
Pero de pronto, un buen día empezaron a nacer unas cebollas especiales.

Cada una tenía un color diferente: rojo, amarillo, naranja, morado…
El caso es que los colores eran irisados, deslumbradores, centelleantes,
como el color de una sonrisa o el color de un bonito recuerdo.
Después de sesudas investigaciones sobre la causa
de aquel misterioso resplandor, resultó que cada cebolla tenía dentro,
en el mismo corazón (porque también las cebollas tienen su propio corazón),
un piedra preciosa. Esta tenía un topacio, la otra un aguamarina,
aquella un lapizlázuli, de las más allá una esmeralda…
¡Una verdadera maravilla!

Pero por una incomprensible razón se empezó a decir
que aquello era peligroso, intolerante, inadecuado y hasta vergonzoso.
Total, que las bellísimas cebollas tuvieron que empezar a esconder
su piedra preciosa e íntima con capas y más capas,
cada vez más oscuras y feas, para disimular cómo eran por dentro.
Hasta que empezaron a convertirse en unas cebollas de lo más vulgar.

Pasó entonces por allí un sabio, que gustaba sentarse
a la sombra del huerto y sabía tanto que entendía el lenguaje
de las cebollas, y empezó a preguntarlas una por una
- ¿Por qué no eres como eres por dentro?
Y ellas le iban respondiendo:
-Me obligaron a ser así…
-Me fueron poniendo capas… incluso yoo me puse algunas
para que no me dijeran…. Algunas cebollas tenían hasta diez capas,
y ya ni se acordaban de por qué se pusieron las primeras capas.
Y al final el sabio se echó a llorar.
Y cuando la gente lo vio llorando, pensó que llorar ante las cebollas
era propio de personas muy inteligentes.
Por eso todo el mundo sigue llorando cuando una cebolla nos abre su corazón.
Y así será hasta el fin del mundo.

El llanto del desierto

Un cuento de Coelho que nos invita a reflexionar porque a veces no logramos ver más allá de nuestros problemas y encerrados nos negamos a ver la luz, la simple oración conserva siempre la esperanza de un futuro mejor.

En cuanto llegó a Marrakech, el misionero decidió que todas las mañanas
daría un paseo por el desierto que comenzaba tras los límites de la ciudad.

En su primera caminata, vio a un hombre estirado sobre la arena,
con la mano acariciando el suelo y el oído pegado a tierra.

“Es un loco”, pensó.

Pero la escena se repitió todos los días, por lo que, pasado un mes,
intrigado por aquella conducta extraña, resolvió dirigirse a él.
Con mucha dificultad, ya que aún no hablaba árabe con fluidez,
se arrodilló a su lado y le preguntó:

- ¿Qué es lo que usted está haciendo?.

- Hago compañía al desierto, y lo consuelo por su soledad y sus lágrimas.

- No sabía que el desierto fuese capaz de llorar.

- Llora todos los días, porque sueña con volverse útil para el hombre
y transformarse en un inmenso jardín, donde se puedan cultivar
las flores y toda clase de plantas y cereales.

- Pues dígale al desierto que él cumple bien su misión -comentó
el misionero-. Cada vez que camino por aquí, comprendo mejor
la verdadera dimensión del ser humano, pues su espacio
abierto me permite ver lo pequeños que somos ante Dios.

Cuando contemplo sus arenas, imagino a las millones
de personas en el mundo que fueron criadas iguales,
aunque no siempre el mundo sea justo con todas.
Sus montañas me ayudan a meditar.
Al ver el Sol naciendo en el horizonte,
mi alma se llena de alegría, y me aproxima al Creador.

El misionero dejó al hombre y volvió a sus quehaceres diarios.
Cual no fue su sorpresa al encontrarlo a la mañana siguiente
en el mismo lugar y en la misma posición.

- ¿Ya transmitió al desierto todo lo que le dije? -preguntó-.

El hombre asintió con un movimiento de cabeza.

- ¿Y aún así continúa llorando?

- Puedo escuchar cada uno de sus sollozos.
Ahora él llora porque pasó miles de años pensando
que era completamente inútil, desperdició todo ese tiempo
blasfemando contra Dios y su destino.

- Pues explíquele que, a pesar de que el ser humano tiene una vida
mucho más corta, también pasa muchos de sus días
pensando que es inútil. Rara vez descubre la razón de su destino,
y casi siempre considera que Dios ha sido injusto con él.
Cuando llega el momento en que, finalmente,
algún acontecimiento le demuestra por qué y para qué ha nacido,
considera que es demasiado tarde para cambiar de vida,
y continúa sufriendo. Y, al igual que el desierto,
se culpa por el tiempo que perdió.

- No sé si el desierto me escuchará -dijo el hombre-
El ya está acostumbrado al dolor,
y no consigue ver las cosas de otra manera.

- Entonces vamos a hacer lo que yo siempre hago
cuando siento que las personas han perdido la esperanza.
Vamos a rezar.

Ambos se arrodillaron y rezaron; uno se giró en dirección a la Meca
porque era musulmán, el otro juntó las manos en plegaria
porque era católico. Cada uno rezó a su Dios,
que siempre fue el mismo Dios, aunque las personas insistieran
en llamarlo con nombres diferentes.

Al día siguiente, cuando el misionero retornó de su caminata matinal,
el hombre ya no estaba allí. En el lugar donde acostumbraba
a abrazar la arena, el suelo parecía mojado,
ya que había nacido una pequeña fuente. En los meses subsiguientes,
esta fuente creció y los habitantes de la ciudad
construyeron un pozo en torno a ella.

Los beduinos llaman al lugar “Pozo de las Lágrimas del Desierto”.
Dicen que todo aquel que beba su agua conseguirá transformar
el motivo de su sufrimiento en la razón de su alegría ,
y terminará encontrando su verdadero destino.

Paulo Coelho

La leyenda del atrapasueños

Muchas veces nos preguntamos cuál es la función del
cazador de sueños, dreamcatcher o atrapasueños
aquí está su leyenda:

Hace mucho tiempo cuando el mundo era joven,
un viejo líder espiritual Lakota estaba en una montaña alta
y tuvo una visión. En esta visión Iktomi,
el gran maestro bromista de la sabiduría apareció
en la forma de una araña.
Iktomi le hablo en un lenguaje sagrado,
que sólo los líderes espirituales
de los Lakotas podían entender.

Mientras le hablaba Iktomi, la araña tomo un aro de sauce,
el de mayor edad, también tenía plumas, pelo de caballo,
cuentas y ofrendas y empezó a tejer una telaraña.
Él habla con el anciano acerca de los círculos de la vida,
de como empezamos la vida como bebés y crecemos a la niñez
y después a la edad adulta, finalmente nosotros
vamos a la ancianidad, donde debemos ser cuidadosos
como cuando éramos bebés completando el círculo.
Pero Iktomi dijo mientras continuaba tejiendo su red,
en cada tiempo de la vida hay muchas fuerzas,
algunas buenas otras malas,
si te encuentras en las buenas fuerzas ellas te guiarán
en la dirección correcta.
Pero si tú escuchas a las fuerzas malas,
ellas te lastimarán y te guiarán en la dirección equivocada.
Él continuó, ahí hay muchas fuerzas y diferentes direcciones
y pueden ayudar a interferir con la armonía de la naturaleza.
También con el gran espíritu y sus maravillosas enseñanzas.
Mientras la araña hablaba continuaba entretejiendo su telaraña,
empezando de afuera y trabajando hacia el centro.

Cuando Iktomi termino de hablar, le dio al anciano Lakota,
la red y le dijo: ve la telaraña es un circulo perfecto,
pero en el centro hay un agujero, usa la telaraña para ayudarte
a ti mismo y a tu gente, para alcanzar tus metas
y hacer buen uso de las ideas de la gente, sueños y visiones.
Si tú crees en el gran espíritu, la telaraña atrapará
tus buenas ideas y las malas se irán por el agujero.
El anciano Lakota, le paso su visión a su gente y ahora
los indios Siux usan el atrapasueños como la red de su vida.
Este se cuelga arriba de sus camas, en su casa para escudriñar
sus sueños y visiones.
Lo bueno de sus sueños es capturado en la telaraña de vida
y enviado con ellos, lo malo de sus sueños escapa
a través del agujero en el centro de la red
y no será más parte de ellos.
Ellos creen que el atrapasueños
sostiene el destino de su futuro.

Cuento de fortaleza – La llave

Marta Morris y la llave de la fortuna

Marta Morris vive en Estados Unidos. Es escribana.
Un día escuché un cuento que ella comenta de su vida personal.

Marta vivía en una casa en las afueras de Nueva York.
Estaba por firmar un contrato muy importante con una empresa
que le aseguraba su futuro, y había trabajado todo el fin de semana
en ese contrato para que todo llegara a buen término.
Ese día, como lo hacía habitualmente, despidió a sus hijos
y a su esposo -que se iban a realizar sus tareas diarias-,
agarró sus cosas y salió.

Cuando salió, se dio cuenta que se había olvidado el contrato
dentro de la casa. Cuando se dio vuelta para abrir la puerta,
se dio cuenta que se había olvidado las llaves adentro.
El contrato y las llaves habían quedado adentro de la casa.

Desesperada porque no podía hacer firmar el contrato,
empezó a forzar la puerta para ver si podía entrar.
Estaba angustiada, ya que había trabajado durante años
para llegar a ese momento, y ahora una puerta le interrumpía el paso.

Intentó forzar la puerta, hacer palanca…
Y no tuvo éxito. Tampoco había alguna ventana abierta
por donde entrar. Entonces, empezó a gritar.
Llegó el cartero y le preguntó qué le pasaba.
Marta Morris le contó toda la historia.
Entonces, el cartero comenzó a ayudarla,
pero no pudieron abrirla. La puerta no cedía.
- ¿Y su marido?, preguntó el cartero.
- Mi marido está en otra ciudad y no tengo como encontrarlo.
El cartero le preguntó si no tenía otra llave.
- Sí, mi vecino -contestó Marta- pero tuvo la mala idea
de irse un fin de semana afuera.
El cartero le sugirió romper la puerta.
Marta le dijo que no era conveniente,
ya que ella debería irse y la casa quedaría abierta.

Entonces, el cartero le propuso ir a buscar a un cerrajero,
pero Marta se opuso porque necesitaba abrir la puerta
en ese mismo instante. Volvió a patear la puerta,
pero no pudo abrirla.

Resignado, el cartero le dijo que lo lamentaba mucho,
le dejó una carta y se fue.

Cuando el cartero se fue, Marta Morris volvió a patear la puerta,
pero no se abrió. Lloró desesperada ante la imposibilidad.

Marta Morris se sentó en el escalón de la puerta de entrada
y abrió la carta que le había dejado el cartero.
Era de su hermana. Marta Morris se emocionó.
La hermana le contaba en la carta lo bien que la había pasado
el fin de semana con su familia.

“Te escribo esta carta para decirte que me sentí muy cómoda
con tu familia… pero también para pedirte disculpas.
Cuando estuve en tu casa, un día llegué más temprano
y como no podía ingresar le pedí la llave a tu vecino.
Y en un descuido me olvidé de devolverte la llave.
Dentro del sobre te envío la llave que me olvidé de devolverte”.

La historia de nuestra vida tiene que ver con la historia
de Marta Morris: hasta cuando vamos a golpear las puertas,
hasta cuando vamos a seguir llorando
por aquellas puertas que no se abren.
Tenemos que empezar a confiar que la llave
va venir a nosotros si dejamos de golpear.

Jorge Bucay

Cuento de fortaleza – Camina hacia el sol

La oruga

Aunque el camino sea largo y difícil, no te dejes vencer…
si eres constante, tus sueños pueden convertirse en realidad.
Una pequeña oruga caminaba un día en dirección al sol.
Muy cerca del camino se encontraba un saltamontes.
“¿Hacia donde te diriges?” – le preguntó -.
Sin dejar de caminar, la oruga contestó:
“Tuve un sueño anoche:
soñé que desde la punta de la gran montaña yo miraba todo el valle.
Me gustó lo que vi en mi sueño y he decidido realizarlo”.
Sorprendido, el saltamontes dijo mientras su amigo se alejaba:
“¡Debes estar loco!, ¿Cómo podrás llegar hasta aquel lugar?,
¿tú?, ¿una simple oruga?…
una piedra será una montaña,
un pequeño charco un mar
y cualquier tronco una barrera infranqueable”…

Pero el gusanito ya estaba lejos y no lo escuchó,
su diminuto cuerpo no dejó de moverse.
De pronto se oyó la voz de un escarabajo preguntando
hacia dónde se dirigía con tanto empeño.
La oruga contó una vez más su sueño y el escarabajo
no pudo soportar la risa, soltó la carcajada y dijo:
“Ni yo, con patas tan grandes, intentaría realizar algo tan ambicioso”,
y se quedó en el suelo tumbado de la risa mientras
la oruga continuó su camino,
habiendo avanzado ya unos cuantos centímetros.
Del mismo modo la araña, el topo y la rana le aconsejaron
a nuestro amigo desistir: “¡No lo lograrás jamás!”
le dijeron, pero en su interior había un impulso que lo obligaba a seguir.
Ya agotado, sin fuerzas y a punto de morir, decidió parar a descansar
y construir con su último esfuerzo un lugar donde pernoctar.
“Estaré mejor”, fue lo último que dijo y murió.
Todos los animales del valle fueron a mirar sus restos,
ahí estaba el animal más loco del campo,
había construido como su tumba un monumento a la insensatez,
ahí estaba un duro refugio, digno de uno que murió
por querer realizar un sueño irrealizable.
Esa mañana en la que el sol brillaba de una manera especial,
todos los animales se congregaron en torno a aquello
que se había convertido en una advertencia para los atrevidos.
De pronto quedaron atónitos, aquella concha dura
comenzó a quebrarse y con asombro vieron unos ojos
y unas antenas que no podían ser las de la oruga
que creían muerta, poco a poco, como para darles tiempo
de reponerse del impacto, fueron saliendo las hermosas alas
de mariposa de aquel impresionante ser que tenían en frente,
el que realizaría su sueño, el sueño por el que había vivido,
por el que había muerto y por el que había vuelto a vivir.

Todos se habían equivocado……
Dios nos ha creado para conseguir un ideal, vivamos por él,
intentemos alcanzarlo, pongamos la ida en ello
y si nos damos cuenta que no podemos, quizá necesitemos hacer
un alto en el camino y experimentar un cambio radical
en nuestras vidas y entonces, con nuevos bríos
y con la gracia de Dios, lo lograremos.
“El éxito en la vida no se mide por lo que has logrado,
sino por los obstáculos que has tenido que enfrentar en el camino”.